De repente estaba en el corre-corre de mi cotidianidad  y tuve un choque de frente con el mundo. Me frenó súbitamente, y me desprendió de todas esas capas que me envolvían dejándome desnudo.  

Esta pausada estadía me obliga a encontrarme conmigo constantemente, cada vez con una máscara menos que lo hace a veces aterrador. El estar con uno mismo causa miedo, ansiedad  y me hace cuestionarme  si lo que veo me gusta.  ¿Qué es lo que los otros estarán viendo ahora? 

Anteriormente en las reuniones presenciales veía a los demás, observaba sus vestimentas, sus gestos, y estaba presente sin tener tanta consciencia de mí. Ahora en los encuentros virtuales, lo primero que veo en la pantalla es mi imagen, un  espejo que a través de toda la conversación estoy presente frente a mis ojos.   Ahora no sólo estoy, sino que existo y me veo, me observo  cómo hablo, cómo me muevo, cómo respiro. Soy más consciente de mí mismo.  

El desafío  de estar conmigo es  agotador.  A veces tengo ganas de divorciarme de mí porque ya no me aguanto, ni siquiera me gusto a mi mismo.  Ahora me permito expresar emociones:  lloro, me enojo, me entristezco , me descubro  reclamando  por qué hago lo que hago, o digo lo que digo. A veces me pregunto si llegaré a estar seguro y en paz estando solo conmigo.

Tal vez es por eso que se habla que esta pandemia  va a traer muchos divorcios y muchos problemas con los hijos.  Me refiero a que- sin querer- en este enfrentamiento con la realidad externa, nos ha hecho confrontarnos con nosotros mismos y quitarnos capa tras capa. Esas capas llenas de pretensiones y lujurias que nos disfrazan y nos ayudan a ser quien no somos, a protegernos de nosotros mismos.   

Este confrontamiento nos pone al desnudo ante  nuestra  intimidad más auténtica y  sincera.  No es fácil abrazar lo que no nos gusta de nosotros. Sin embargo , es nuestra oportunidad para verlo, reconocerlo aceptarlo o cambiarlo.   Tenemos la capacidad y sabiduría para  vivir con nosotros mismos,  acompañándonos como seres completos, únicos y extraordinarios.   Es una maravillosa oportunidad para descubrir nuestro don, ese que Dios nos dio para brillar, para servir, para cultivar ese legado.

Es una oportunidad para ver,  observar y observarnos con atención y conectarnos con nuestra propia  esencia, quién de verdad soy , sin tapujos,  con la    amplia y completa gama de emociones:  cuando se está bien, cuando se está mal, cómo pensamos , qué  me gusta , qué no me  gusta.  

En el corre corre de la normalidad anterior, del automático,  había desaparecido el tiempo y espacio para observar y reflexionar.  El observarnos y escucharnos era un lujo fuera de nuestro alcance.  Ahora, recibimos un regalo muy valioso que está en nosotros valorarlo o rechazarlo.  

¿Cuando nos abran la puerta para salir,  querremos salir?  
Hablan hoy día del Síndrome de la Cabaña- ese sentimiento de no querer volver a trabajar, de no querer volver a convivir con los otros.  ¿Será porque no nos gustamos y tenemos miedo a que nos juzguen?

Tendremos miedo a contagiarnos.  Contagiarnos de qué?  Del Coronavirus, o será  que esta nueva realidad nos lleva a tener miedo a que nos rechacen cuando nos vean  sin máscaras? 

¿Será que tenemos miedo que nos vean al desnudo, quien de verdad somos?

Es tiempo de reconocernos, aceptarnos y sobre todo valorarnos por quienes somos y descubrir ese interno diamante  en bruto,  único y especial que pulimos cada día  para hacerlo más propio y valioso y disfrutarlo con ilusión.